Vicente Aleixandre

Vicente Aleixandre

1898-04-26 Sevilha, Espanha
1984-12-14 Madrid, Espanha
18771
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Premios y Movimientos

Nobel 1977Surrealismo

Algunos Poemas

Mirada Final (muerte Y Reconocimiento)

La soledad, en que hemos abierto los ojos.
La soledad en que una mañana nos hemos despertado, caídos,
derribados de alguna parte, casi no pudiendo reconocernos.
Como un cuerpo que ha rodado por un terraplén
y, revuelto con la tierra súbita, se levanta y casi no puede
reconocerse.
Y se mira y se sacude y ve alzarse la nube de polvo que él no
es, y ve aparecer sus miembros,
y se palpa: «Aquí yo, aquí mi brazo, y este mi
cuerpo, y esta mi pierna, e intacta está mi cabeza»;
y todavía mareado mira arriba y ve por dónde ha rodado,
y ahora el montón de tierra que le cubriera está a sus
pies y él emerge,
no sé si dolorido, no sé si brillando, y alza los ojos
y el cielo destella
con un pesaroso resplandor, y en el borde se sienta
y casi siente deseos de llorar. Y nada le duele,
pero le duele todo. Y arriba mira el camino,
y aquí la hondonada, aquí donde sentado se absorbe
y pone la cabeza en las manos; donde nadie le ve, pero un cielo azul
apagado parece lejanamente contemplarle.
Aquí, en el borde del vivir, después de haber rodado
toda la vida como un instante, me miro.
Esta tierra fuiste tú, amor de mi vida? ¿Me preguntaré
así cuando en el fin me conozca, cuando me reconozca y despierte,
recién levantado de la tierra, y me tiente, y sentado en la
hondonada, en el fin, mire un cielo piadosamente brillar?

No puedo concebirte a ti, amada de mi existir, como solo una tierra
que se sacude al levantarse, para acabar cuando el largo rodar de la vida
ha cesado.
No, polvo mío, tierra súbita que me ha acompañado
todo el vivir.
No, materia adherida y tristísima que una postrer mano, la mía
misma, hubiera al fin de expulsar.
No: alma más bien en que todo yo he vivido, alma por la que
me fue la vida posible
y desde la que también alzaré mis ojos finales
cuando con estos mismos ojos que son los tuyos, con los que mi alma
contigo todo lo mira,
contemple con tus pupilas, con las solas pupilas que siento bajo los
párpados,
en el fin el cielo piadosamente brillar.

Acaba

En volandas,
como si no existiera el avispero,
aquí me tienes con los ojos desnudos,
ignorando las piedras que lastiman,
ignorando la misma suavidad de la muerte.

¿Te acuerdas? He vivido dos siglos, dos minutos,
sobre un pecho latiente,
he visto golondrinas de plomo triste anidadas en ojos
y una mejilla rota por una letra.
La soledad de lo inmenso mientras media la capacidad de una gota.

Hecho pura memoria,
hecho aliento de pájaro,
he volado sobre los amaneceres espinosos,
sobre lo que no puede tocarse con las manos.

Un gris, un polvo gris parado impediría siempre el beso sobre la tierra,
sobre la única desnudez que yo amo,
y de mi tos caída como una pieza
no se esperaría un latido, sino un adiós yacente.

Lo yacente no sabe.
Se pueden tener brazos abandonados.
Se pueden tener unos oídos pálidos
que no se apliquen a la corteza ya muda.
Se puede aplicar la boca a lo irremediable.
Se puede sollozar sobre el mundo ignorante.

Como una nube silenciosa yo me elevaré de mí mismo.
Escúchame. Soy la avispa imprevista.
Soy esa elevación a lo alto
que como un ojo herido
se va a clavar en el azul indefenso.
Soy esa previsión triste de no ignorar todas las venas,
de saber cuándo, cuándo la sangre pasa por el corazón
y cuándo la sonrisa se entreabre estriada.

Todos los aires azules...
No.
Todos los aguijones dulces que salen de las manos,
todo ese afán de cerrar párpados, de echar oscuridad o sueño,
de soplar un olvido sobre las frentes cargadas,
de convertirlo todo en un lienzo sin sonido,

me transforma en la pura brisa de la hora,
en ese rostro azul que no piensa,
en la sonrisa de la piedra,
en el agua que junta los brazos mudamente.
En ese instante último en que todo lo uniforme pronuncia la palabra:
ACABA.

Se Querían

Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.

Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.

Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.

Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente solo.

Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.

Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.

Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.
Poeta español que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1977. En 1934 ya había conseguido el Premio Nacional de Literatura y desde 1949 fue miembro de la Real Academia Española. Nació en Sevilla, pasó la infancia en Málaga y a los trece años se trasladó a Madrid. Estudió Derecho y Comercio y fue profesor de Derecho Mercantil de 1920 a 1922. En 1925, durante una grave enfermedad, empezó a escribir poesía. El primer libro que publicó fue Ambito, de 1928, donde muestra interés por la naturaleza y ofrece el conocimiento que posibilita la pasión. En los siguientes, Espadas como labios, de 1932, y Pasión de la tierra, de 1935, incorpora plenamente el surrealismo a la poesía castellana y el poeta aparece como el que transmite los mensajes del cosmos. En Sombra del paraíso, de 1944, la naturaleza, asunto fundamental en su poesía hasta entonces, se tiñe con tonos elegíacos al cantar el mundo que había perdido el poeta debido a la Guerra Civil española. Mundo a solas, de 1950, y Nacimiento último, de 1953, también son mucho menos herméticos y expresan un universo dolorido, aunque equilibrado. Historia del corazón, de 1954, supuso el inicio de lo que el propio Aleixandre consideró un nuevo ciclo. El poeta vuelve a contemplar la realidad, no desde el punto de vista del cosmos, sino del hombre histórico en su poemario de 1962, titulado En un vasto dominio. Poemas de la consumación, de 1968, exalta la juventud a la que considera la única realidad valiosa de la existencia desde una vejez donde acecha la muerte. De un estilo elíptico y descarnado se puede caracterizar probablemente toda la obra de Aleixandre, que culmina en Diálogos del conocimiento, de 1974, y, póstumamente, En gran noche, de 1991, que incluye varios poemas inéditos. Su obra en prosa, Los encuentros, de 1958 y 1985, se ocupa de escritores españoles, desde Baroja y Unamuno, a sus contemporáneos y amigos más jóvenes. Aleixandre supuso una influencia capital en los poetas españoles posteriores.  
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