Verona
Una lluvia pulverizada lustra “La Plaza de las Verduras”, se hincha en
globitos que navegan por la vereda y de repente estallan sin motivo.
Entre los dedos de las arcadas, una multitud espesa amasa su
desilusión; mientras, la banda gruñe un tiempo de vals,
para que los estandartes den cuatro vueltas y se paren.
La Virgen, sentada en una fuente, como sobre un “bidé”, derrama
un agua enrojecida por las bombitas de luz eléctrica que le han
puesto en los pies.
¡Guitarras! ¡Mandolinas! ¡Balcones sin escalas y sin
Julietas! Paraguas que sudan y son como la supervivencia de una flora
ya fósil. Capiteles donde unos monos se entretienen desde hace
nueve siglos en hacer el amor.
El cielo simple, verdoso, un poco sucio, es del mismo color que el
uniforme de los soldados.